domingo, 1 de diciembre de 2013

Imágenes insólitas de la semana, 1° Diciembre, 2013

Comenzando el último mes del año llegan las imágenes insólitas, esperamos las disfrutes … 1) Una extraña amistad Y se ve la confianza y el cariño, pues cada que este pastor holandés llega a casa de un paseo, va a beber de la charca. Los peces le reconocen y hasta beso le toca al perro.(The […]



Vía Curiosidades

Convénceme, no me obligues: ¿qué asiento eliges en el Metro?

lA menudo usamos la coerción para obligar que la gente haga lo correcto o lo que se considera correcto. Sin embargo, el castigo, así como el palo con una zanahoria, son estrategias poco eficientes porque continuamente tienen que estar en vigor para evitar que la gente deje de hacer lo que tiene que hacer. Aunque resulte más difícil, es eficaz convencer a la gente de la conveniencia de hacerlo bien.


Un buen ejemplo de eso lo encontramos en el hecho de buscar un sitio para sentarnos en el Metro o en cualquier otro sitio público.



Generalmente, la norma tácita es que la gente tome asiento a medida que llega, pero esta estrategia no tiene en cuenta a la gente que tiene más o menos necesidad de sentarse, con independencia de cuando llega. A veces se tienen en cuenta factores evidentes como la ancianidad, un embarazo, una pierna escayolada… pero no en todos los contextos: por ejemplo, en el Metro es más probable que ocurra, pero no así desocupando una butaca favorable en el cine, o un lugar agradable en la playa.


¿Qué política podríamos llevar adelante para favorecer esta cesión de asientos más allá del orden de llegada? Todas ellas requerirán pensar a menudo estratégicamente, nada más entrar en el Metro, o a lo largo del viaje, por ejemplo. Ello es dificultoso y hay pocos incentivos para que la gente lo lleve a cabo.


Otra opción es que la gente que necesite el asiento, directamente lo pida. Puede sonar utópico, pero lo cierto es que la gente cede hasta niveles aceptables, como bien sugieren los experimentos de la década de 1989 del psicosociólogo Stanley Milgran, que solicitó a una serie de voluntarias que pidieran sitio en el Metro de forma firme. El resultado fue que una de cada dos veces, bastaba con pedirlo para que la gente aceptara ceder el asiento. El problema de esta estrategia es que hace falta valor para pedir un asiento, como bien describían los voluntarios, que se sentían azorados o nerviosos cuando lo hacían.


Lo que demostró en cierto sentido el experimento de Milgran lo interpreta así James Surowiecki en Cien mejor que uno:


las normas de mayor éxito no se establecen y mantienen sólo externamente, sino que han de llegar a “interiorizarse”. La persona que ocupa un asiento en el Metro no necesita defender o justificar su derecho, porque para los pasajeros sería más incómodo tratar en tela de juicio ese derecho que viajar de pie. Ahora bien, y aunque la interiorización sea crucial para la fluidez de funcionamiento de los usos y costumbres, muchas veces también se necesitan sanciones externas. A veces, como en el caso del reglamento de la circulación viaria, dichas sanciones son legales. Pero es más corriente que sean de tipo informal, como descubrió Milgran cuando se puso a estudiar lo que ocurre cuando alguien trata de infiltrarse en una cola de espera muy larga.

Lo que pasó en el experimento de Milgran sobre las colas es que los voluntarios que pedían colarse, no lo conseguían. Las personas que hacían cola no estaba dispuestas a perder un turno, como los del Metro estaba dispuestos a ceder un asiento. Ello, además, era fiscalizado negativamente por la otras personas que hacían cola, mediante miradas hostiles o comentarios. Pero las mayores críticas siempre venían por parte del que estaba inmediatamente después del que se intentaba colar, no de los puestos más alejados, acaso porque una revuelta demasiado tumultuosa podría haber desorganizado toda la cola.


Al igual que la regla “el primero que llega es el primero que se sienta”, la cola es un mecanismo sencillo pero eficaz de coordinar a las personas. Pero su éxito depende de la disposición de todos a respetar el orden de la cola. Paradójicamente, esto implica que, a veces, la gente prefiere tolerar a los atrevidos que se cuelan antes de arriesgarse a desorganizar toda la espera. Por eso Milgran considera que dicha tolerancia es un signo de fuerza de la cola, que no de debilidad. (…) En las sociedades liberales, la autoridad tiene un alcance limitado en cuanto a la manera en que unos ciudadanos tratan con otros. En vez de la autoridad, ciertos códigos no escritos (impuestos voluntariamente por la gente normal, como ha demostrado Milgram) bastan esencialmente para que los grupos numerosos de personas coordinen su comportamiento sin ninguna necesidad de coerción, y sin necesidad de pensarlo ni de trabajárselo demasiado.

-

La noticia Convénceme, no me obligues: ¿qué asiento eliges en el Metro? fue publicada originalmente en Xatakaciencia por Sergio Parra.













Vía Xatakaciencia

El primer panda que vivió fuera de China

Este domingo en Washington se revelará el nombre del panda bebé que ha conquistado a los estadounidenses. Pero el amor por estos animales nació hace 80 años con el primer oso viajero.



Vía BBCMundo.com | Curiosidades

¿La pobreza genera guerra? ¿O la guerra general pobreza?

gSi un país es pobre, podríamos pensar que un menor acceso a los recursos básicos producirá mayores conflictos bélicos. Y en parte, esta correlación es cierta: algunos conflictos tienen que ver con el acceso al agua o a tierra cultivable. Sin embargo, las cosas no son tan sencillas.


Los países más ricos del mundo no tienen, en esencia, riesgo de guerra civil. Las probabilidades de que estalle un nuevo conflicto en el espacio de cinco años es del 3 % en países con una renta per cápita de unos 1.500 dólares anuales (en dólares americanos de 2003). Con 750 dólares per cápita, el riesgo asciende al 6 %. Y al 15 % con 250 dólares per cápita.



No obstante, según Steven Pinker la flecha causal suele ir al revés: es la guerra la que produce la pobreza. La guerra expulsa o mata a obreros cualificados, y resulta difícil generar riqueza si se construye una fábrica o una carretera que será destruida al poco tiempo. El economista Paul Collier ha calculado que una guerra civil típica cuesta al país afectado unos 50.000 millones de dólares.


Además, ni la riqueza ni la paz derivan de tener cosas valiosas en la tierra, tal y como explica Pinker en su libro Los ángeles que llevamos dentro:


Muchos países africanos pobres y desgarrados por guerras rebosan de oro, petróleo, diamantes y minerales estratégicos, mientras que países ricos y pacíficos como Bélgica, Singapur y Hong Kong no tienen nada parecido a recursos naturales. Debe de haber una tercera variable, presumiblemente las normas y destrezas de una sociedad comercial civilizada, causante tanto de paz como de riqueza. Y aunque la pobreza provoque efectivamente conflictos, puede que se deba no a la competencia por recursos escasos sino a que lo más importante que un poco de riqueza proporciona a un país es una fuerza policial y un ejército eficaces para mantener la paz interna. Los frutos del desarrollo económico influyen mucho más a un gobierno que una fuerza guerrillera, y ésta es seguramente una de las razones por las que los tigres económicos del mundo en desarrollo han llegado a disfrutar de un estado de relativa tranquilidad.

-

La noticia ¿La pobreza genera guerra? ¿O la guerra general pobreza? fue publicada originalmente en Xatakaciencia por Sergio Parra.













Vía Xatakaciencia

Encienden el árbol flotante de Navidad más alto del mundo

Las 3,3 millones de luces de árbol ubicado en la Laguna Rodrigo de Freitas de Río de Janeiro, en Brasil, brillaron durante un espectáculo pirotécnico y musical que reunió a miles de personas.



Vía BBCMundo.com | Curiosidades