lunes, 10 de febrero de 2020

El kit científico para niños de la década de 1950 que contenía cuatro muestras de materiales radiactivos

El kit científico para niños de la década de 1950 que contenía cuatro muestras de materiales radiactivos

El Gilbert U-238 Atomic Energy Lab fue un set de laboratorio de juguete producido por Alfred Carlton Gilbert, un tipo que, además de fabricante de juguetes, era atleta, mago, hombre de negocios e inventor del conocido Erector Set.

El set venía con cuatro tipos de mineral de uranio de bajo nivel de radiación (Pb–210, Ru–106, Zn–65 y Po–210), un electroscopio, un contador Geiger (para medir la radiactividad), un espintariscopio (para observar desintegraciones nucleares) y una cámara de niebla (que sirve para detectar partículas de radiación ionizante).

Precursor de los laboratorios de juguete

El Laboratorio de Energía Atómica era solo uno de una docena de kits de laboratorio de reacciones químicas en el mercado en ese momento, mucho antes de que Quimicefa y similares se pusieran de moda.

Los juguetes de Gilbert a menudo incluían instrucciones sobre cómo el niño podía usar el set para hacer su propio "espectáculo de magia". Para los padres supuso la creencia de que el uso de reacciones químicas por parte de los sets dirigía a sus hijos hacia una carrera potencial en ciencia e ingeniería.

El Gilbert U-238 Atomic Energy Lab incluía un manual para buscar uranio y un comic, donde se aseguraba que el gobierno recompensaría con 10.000 dólares a quien descubriese nuevas fuentes del preciado mineral.

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Afortunadamente, se vendieron menos de 5000 kits, y el producto solo se ofreció entre 1950 y 1951.

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Dado la poca conciencia que había aún sobre los riesgos de la radiación, aquí tenéis este anuncio de una revista USA Boy Scouts de 1947. Mineral de uranio real:

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La noticia El kit científico para niños de la década de 1950 que contenía cuatro muestras de materiales radiactivos fue publicada originalmente en Xataka Ciencia por Sergio Parra .



Vía Xataka Ciencia

Identifican los circuitos cerebrales detrás de la adicción a la comida

Un equipo de investigadores liderados por la Universitat Pompeu Fabra ha descubierto la implicación de determinadas áreas corticales en el cerebro en la pérdida de control de la ingesta de comida. El estudio se ha realizado en ratones.



Fuente: Noticias

Energía nuclear: el riesgo de morir no reside tanto en la radiactividad como en el miedo a la radiactividad

Energía nuclear: el riesgo de morir no reside tanto en la radiactividad como en el miedo a la radiactividad

El combustible gastado de las centrales nucleares es un residuo radiactivo que se almacena inicialmente en las propias instalaciones de la central para que decaiga su radiactividad (concretamente, en el fondo de unas piscinas de agua).

El uranio enriquecido llega a las centrales en forma de elementos combustibles, preparados para ser insertados en el reactor, pero luego deben ser sumergidos temporalmente en esta suerte de piscinas olímpicas particularmente profundas, pues el agua obra como blindaje de las radiaciones.

Estos residuos son una de tantos miedos que la población tiene a la energía nuclear. Sin embargo, los riesgos asociados a los mismos son tan bajos que podemos afirmar que los riesgos no residen tanto en la radiactividad en sí como en el miedo (y las consecuencias que provoca éste) a la radiactividad.

Bajas debido al miedo

Los pequeños cilindros de uranio enriquecido que se usan como combustible se insertan en el reactor encajadas en varillas metálicas de unos 3,7 metros de altura. Las barras de combustible se agrupan a su vez elementos. En cada elemento hay entre 179 y 264 barras. Una vez usadas, todavía emiten radiactividad, así que se alojan en piscinas de agua hasta que esta radiactividad decaiga. El agua actúa como una suerte de blindaje.

g Vista de la torre de refrigeración de la central nuclear de Ascó.

Una vez pasado este proceso, los residuos se deben almacenar en seco. Encapsulándose y almacenándose en una atmósfera de helio en contenedores especiales. Cada contenedor tiene capacidad para almacenar 32 elementos combustibles. Consta de una cápsula de acero de 1,3 centímetros rodeada de una pared de hormigón de 67,9 centímetros. El peso total es de 163 toneladas.

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Para garantizar que todos estos procesos tengan lugar con las máximas garantías (el riesgo cero no existe), los trabajadores reciben al año la tasa de sensibilización y entrenamiento más alta del sector industrial. De este modo, por ejemplo, en ANAV (Asociación Nuclear Ascó-Vandellós II A I E), se dedican un 4 % de las horas de trabajo a formación y re-entrenamiento. Un 75 % del temario está relacionado con aspectos de seguridad.

Por todo ello, los grandes accidentes nucleares hasta la fecha han provocado más bajas debido al miedo que al propio accidente en sí. Cuando el 11 de marzo de 2011 se produjo el desastre de Fukushima, por ejemplo, la gente que huyó de la provincia tan rápidamente que en el proceso murieron 1.600 personas. No fue la fuga radiactiva lo que las mató, sino la propia huida apresurada, como explica Hans Rosling en el libro Factfulness:

No se ha informado de ningún caso de muerte como consecuencia de aquello de lo que todo el mundo huía. Aquellas 1.600 personas murieron por huir. Fueron principalmente personas mayores que fallecieron a causa de la tensión mental y física de la propia evacuación o de la vida en los refugios.

Algo similar ocurrió en el accidente de Chernóbil en 1986. A pesar de toda la alarma generada por la posible contaminación radiactiva y que se esperaba un enorme aumento del índice de mortalidad, los expertos de la OMS no fueron capaces de confirmar tal aumento, ni siquiera entre los habitantes más próximos, si bien es cierto que los datos al respecto siempre han sido controvertidos y poco fiables: según el informe Chernobyl´s Legacy: health, Environmental and Socio-Economic Impacts, elaborado por el Organismo Internacional de la Energía Atómica (IAEA) y otros organismos de Naciones Unidas, «Es imposible afirmar con fiabilidad y cualquier precisión el número de cánceres fatales causados por la exposición debida al accidente de Chernóbil, o incluso el impacto sobre el estrés y la ansiedad inducida por el accidente o la respuesta a este».

Con todo, el pánico hacia lo nuclear está desproporcionado, por una mezcla de miedo cerval espoleado por el síndrome de Frankenstein y los medios de comunicación que informan desde el punto de vista de la alarma con ribetes magufos. Es un fenómeno similar al que sucede con el avión y el coche: el primero es portada más a menudo de los periódicos cuando se produce un accidente, y hay más personas que temen volar a circular en un automóvil, a pesar de que el segundo medio de transporte es mucho más inseguro que el primero y también produce mayor número de víctimas. Ahora basta, mutatis mutandis, por sustituir "coche" y "avión" por "central nuclear" y "central eléctrica a carbón".

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Vía Xataka Ciencia

Despega Solar Orbiter rumbo al Sol

Con su lanzamiento esta madrugada desde Cabo Cañaveral, en Florida, la misión Solar Orbital de la Agencia Espacial Europea y la NASA inicia su viaje de aproximación al Sol para estudiar con un detalle sin precedentes nuestra estrella, especialmente sus polos y su atmósfera, en la que vivimos.



Fuente: Noticias

No, las palabras no pueden ser violencia: la violencia reside en la intención

No, las palabras no pueden ser violencia: la violencia reside en la intención

"Si las palabras pueden causar estrés, y el estrés prolongado puede causar un daño físico, entonces parece que las palabras (al menos cierto tipo de discursos) pueden ser una forma de violencia". Este es el silogismo que se plantea en un artículo muy difundido del año 2017, publicado en The New York Times por parte de Lisa Feldman Barrett, una prestigiosa profesora de psicología e investigadora de las emociones.

Sin embargo, las palabras, por muy connotadas que estén (léase la prohibidísima "nigger") no pueden ser violentas, como tampoco lo son los cuchillos: lo violento es la intención con que las usamos.

Error lógico

En el silogismo de Barrett reside un error lógico que fue sacado a la luz por Jonathan Haidt, un psicólogo social y profesor de Liderazgo Ético en la Universidad de Nueva York, en otro artículo publicado en The Atlantic: básicamente que no podemos aceptar que el daño físico es lo mismo que la violencia.

Es decir, que las palabras causen estrés, por ejemplo, y que el estrés causen daño, no significa que las palabras sean violentas en sí mismas. Solo se establecen que las palabras pueden causar daño.

Basta con sustituir las palabras por otro acto cualquiera en el silogismo de Barrett para advertir cuán erróneo es: "romper con tu novia", "poner muchos deberes a los alumnos", "revelar que tu padre no ha sobrevivido a la operación". Todas esas palabras causan estrés, dolor, incluso dolor físico, pero eso no significa necesariamente que esas afirmaciones sean violentas, ni siquiera actos violentos.

Todavía más erróneo sería escoger una lista de palabras que, entre todos, hayamos convenido que causan estrés o dolor en sí mismas, y por tanto resulta perentorio regularlas o prohibir su uso porque no hace falta ser muy inteligente para burlar esta regulación. Por ejemplo, si no podemos decir "gordo" o "subnormal" porque estos epítetos son intrínsecamente ofensivos, entonces podemos ofender tanto o más sustituyendo esas palabras por "figurín" o "genio".

Basta con imprimirle la inflexión de voz adecuada a la palabra para que tildar a alguien de "genio" o "Einstein" y expresar que es muy tonto resulte más ofensivo. Sí, más ofensivo, porque si todos usamos determinadas palabras convenidas como insultantes, su efecto también se devalúe por el sobreuso (por ejemplo, podemos llamar "subnormal" a un amigo de forma amistosa).

En cuanto escogemos una palabra como intrínsecamente ofensiva y la sustituimos por un eufemismo, entonces si la realidad no cambia el eufemismo acabará por ser infiltrado de las connotaciones peyorativas de la propia palabra ofensiva o palabrota, lo que nos obligará a volver a sustituirla por otro, y luego por otra más... en lo que se ha venido a llamar rueda o noria del eufemismo, del que hablo más extensamente en el libro ¡Mecagüen! Palabrotas, insultos y blasfemias.

¡Mecagüen! Palabrotas, insultos y blasfemias (Vox - Lengua Española)

¡Mecagüen! Palabrotas, insultos y blasfemias (Vox - Lengua Española)

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Vía Xataka Ciencia