lunes, 30 de marzo de 2020

Desechos espaciales del tamaño de una canica: esto es lo que puede detectar este nuevo radar en las Islas Marshall

Desechos espaciales del tamaño de una canica: esto es lo que puede detectar este nuevo radar en las Islas Marshall

Ubicado en el atolón Kwajalein de las Islas Marshall, en el Océano Pacífico, la recién creada Fuerza Espacial de Estados Unidos ha activado un nuevo sistema de radar de alerta frente a los desechos espaciales.

Su nombre es Space Fence.

Space Fence

Antes de Space Fence, la Red de Vigilancia Espacial (SSN) rastreaba más de 26.000 objetos. Con la capacidad operativa inicial y la aceptación operativa de Space Fence, se espera que el tamaño del catálogo aumente significativamente con el tiempo.

Este sistema es ahora el radar de búsqueda más sensible del SSN, capaz de detectar objetos en órbita tan pequeños como una canica en órbita terrestre baja (LEO). Tal y como explica el general Jay Raymond, Jefe de Operaciones Espaciales del Comando Espacial de Estados Unidos:

Space Fence está revolucionando la forma en que vemos el espacio al proporcionar datos orbitales precisos y oportunos sobre objetos que amenazan los activos espaciales militares y comerciales tripulados y no tripulados.

El informe señala además que, si bien Space Fence cumple con los requisitos de precisión para objetos en LEO, no ha demostrado una precisión similar para algunos objetos en órbitas más altas, incluidos MEO y GEO.

  • Satélites LEO (Low Earth Orbit, que significa órbitas bajas). Orbitan la Tierra a una distancia de 160-2000 km y su velocidad les permite dar una vuelta al mundo en 90 minutos.
  • Satélites MEO (Medium Earth Orbit, órbitas medias). Son satélites con órbitas medianamente cercanas, de unos 10.000 km. Su uso se destina a comunicaciones de telefonía y televisión, y a las mediciones de experimentos espaciales.
  • Satélites GEO. Tienen una velocidad de traslación igual a la velocidad de rotación de la Tierra, lo que supone que se encuentren suspendidos sobre un mismo punto del globo terrestre. Por eso se llaman satélites geoestacionarios.

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La noticia Desechos espaciales del tamaño de una canica: esto es lo que puede detectar este nuevo radar en las Islas Marshall fue publicada originalmente en Xataka Ciencia por Sergio Parra .



Vía Xataka Ciencia

La OMS confirma que el coronavirus no viaja libremente por el aire, sino en gotas

El virus que provoca la COVID-19 se transmite a través de las gotitas respiratorias que expulsa una persona infectada al toser o estornudar a menos de un metro, pero no por las partículas suspendidas en el aire, salvo en casos muy específicos durante los tratamientos hospitalarios. Así lo recoge un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud.



Fuente: Noticias

La caída de la contaminación por el confinamiento se ve desde el espacio

En comparación con marzo del año pasado, las últimas observaciones del satélite europeo Sentinel-5P muestran un acusado descenso en las concentraciones de dióxido de nitrógeno en grandes ciudades europeas como Madrid, Barcelona, París y Milán. Las medidas de contención para frenar la pandemia COVID-19 están produciendo este efecto temporal positivo.



Fuente: Noticias

Cómo pasar de comer plantas c3 a c4 nos permitió expandirnos y prosperar como especie (y tener un cerebro mayor)

Cómo pasar de comer plantas c3 a c4 nos permitió expandirnos y prosperar como especie (y tener un cerebro mayor)

Si uno piensa en C4 le viene enseguida a la cabeza un poderoso explosivo plástico (y si es un friqui, quizás el Nakatomi Plaza de La jungla de Cristal). Sin embargo, las C4 también son un tipo de planta. Y las C3.

Esta diferenciación se establece a nivel físico. Más concretamente a la composición molecular de las plantas, y a unos elementos químicos específicos que existen en formas sutilmente distintas: los isótopos.

Isótopos botánicos

Algunos de estos isótopos son estables, mientras que otros son versiones inestables y radiactivas. En la naturaleza hallamos tres formas de carbono:

  • El carbono-14: inestable y radiactivo, es infrecuente, pero muy útil para los arqueólogos a la hora de usar la datación por radiocarbono).
  • El carbono-12: es la mayor parte del carbono del mundo, tiene seis neutrones y seis protones en el núcleo).
  • El carbono-13: es una versión más pesada pero también estable que tiene un neutrón extra).

Cuando las plantas realizan la fotosíntesis, emplean la energía del sol para producir una reacción que captura el dióxido de carbono de la atmósfera y termina transformando ese carbono de la atmósfera en moléculas de azúcar nuevas. La cuestión es que hay varios tipos diferentes de fotosíntesis, en función de la rutas químicas empleadas en el proceso.

Los árboles y los matorrales usan un tipo de fotosíntesis que incluye la formación de una molécula con tres átomos de carbono como primer paso: los botánicos las llaman C3.

Hay plantas como algunas hierbas y juncos que hacen la fotosíntesis creando una molécula con cuatro átomos de carbono, las llamadas C4. Este tipo de plantas son más eficaces en su uso de moléculas de agua (así que prosperan en entornos más áridos) y también obtiene una cantidad mayor de isótopo estable un poco más pesado, el carbono-13.

Es decir, que si un animal come muchas plantas C4, hasta sus huesos acaban enriquecidos con carbono-13. Esta información es muy importante a nivel arqueológico, tal y como explica Alice Roberts en su libro Domesticados:

Las dietas de los chimpancés, por ejemplo, están dominadas por las frondosas plantas C3; sus huesos no terminan enriquecidos con carbono-13. Nuestros primeros antepasados hominidos, hace unos cuatro millones y medio de años, parecían seguir una dieta similar a base de plantas C3. Hace entre cuatro millones y un millón de años, el clima estaba fluctuando, pero los paisajes donde vivían nuestros antepasados se estaban volviendo (en general) más secos y poblados de hierba.

Cerebro más grande

Sabemos, gracias a sus huesos enriquecidos con carbono-13, que entonces empezaron a ingerir más plantas C4 de resultas de este cambio en el hábitat. Básicamente más raíces y tubérculos ricos en almidón. Ingerir esos alimentos escondidos pero más ubicuos quizá ayudara a las poblaciones de la Antigüedad a expandirse y a prosperar en hábitats nuevos, incluso en entornos variables e impredecibles.

Pero hay algo más importante: más almidón en la dieta quizá también influyó para bien en el tamaño de nuestro cerebro. Si bien el tamaño aumentó con la llegada de la ingesta regular de carne (sobre todo cuando empezamos a cocinarla, es decir, pre-digerirla para extraer más calorías al ingerirla), no debemos pasar por alto la ingesta de nuevos vegetales.

Dos cambios cruciales (uno cultural y uno genético= habrían contribuido enormemente a liberar la energía encerrada en el almidón. El cambio cultural fue la cocina; el cambio genético fue la multiplicación de un gen que produce una enzima en la saliva que degrada el almidón (...) La amilasa salival funciona mucho mejor sobre el almidón cocinado que sobre el crudo, así que es posible que el aumento de copias de este gen llegara pisando los talones a la adopción de la cocina.

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Vía Xataka Ciencia

Científicos españoles imprimen pantallas de protección individual para el personal sanitario

Investigadores de distintos centros del CSIC están empleando la técnica de impresión 3D o fabricación aditiva para producir elementos de protección para los hospitales de Madrid. Ya se tiene listo un envío de 50 pantallas.



Fuente: Noticias

Modelos en 3D de lagos de montaña con un sonar portátil y láser aéreo

La información del territorio que facilita la tecnología láser desde un avión se puede combinar con datos recogidos en lagunas de montaña con una barca hinchable y una pequeña ecosonda para obtener mapas tridimensionales. El sistema lo han probado con éxito dos geólogos en el lago glaciar de Truchillas, en León.



Fuente: Noticias