A los humanos nos encanta la violencia. Vivimos fascinados, especialmente los varones, con la historia de los enfrentamientos armados. Visitamos los campos de batalla y ambientamos en guerras nuestros mundos de ficción. Esta inclinación escrita en nuestros genes –que el ginecólogo y biólogo Malcolm Potts llama “tendencia a comportamientos violentos entre coaliciones de machos”– es producto de una larga historia evolutiva. Los individuos masculinos que se entregaban a tales comportamientos eran recompensados con más descendientes. Según Potts, lo único necesario para que sean favorecidos tales impulsos homicidas es que el ataque favorezca el acceso a hembras, territorios y, por ende, a nuevas oportunidades de transmitir los genes.
Vía Muy Interesante
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