sábado, 16 de marzo de 2019

El Departamento de Salud Pública dice que la radiación de los teléfonos móviles es peligrosa, pero eso es mentira

El Departamento de Salud Pública dice que la radiación de los teléfonos móviles es peligrosa, pero eso es mentira

El Departamento de Salud Pública de California ha publicado recientemente una serie de pautas para disminuir la exposición a la radiación de los smartphones. El problema, a pesar de lo que diga este organismo gubernamental, es que no hay evidencia de que los teléfonos móviles sean peligrosos para su salud.

Contra la evidencia

Puede ser cierto que ciertos funcionarios de salud pública piensan que los teléfonos móviles representan un riesgo para la salud humana, pero es engañoso decir que no existe un consenso científico sobre el tema. Existe. El consenso científico es que los teléfonos móviles son seguros, aunque eso no significa que no deba continuarse investigando posibles riesgos.

La realidad es que ni siquiera se ha podido encontrar un mecanismo por el cual los smartphones puedan causar problemas de salud en primer lugar. Es una forma de radiación no ionizante, por lo que no daña el ADN. Todo lo que podría hacer es calentar una pequeña área del cuerpo del usuario, pero los estudios han demostrado que es una cantidad tan minúscula de calor que probablemente no tendrá efectos nocivos.

Muchas otras personas parecen convencidas de que los teléfonos causan tumores cerebrales. Si eso fuera cierto, habríamos visto un aumento masivo en los casos de cáncer cerebral en la última década debido a que el uso de teléfonos móviles se ha disparado. Sin embargo, ese aumento no ha tenido lugar.

No es la primera vez que California ha emitido pautas y regulaciones en contra de la evidencia científica. Por ejemplo, también decidieron recientemente que el glifosato precisaba de una etiqueta que lo marque como un posible carcinógeno, aunque la mayoría de las organizaciones de salud nacionales e internacionales están de acuerdo en que el glifosato es seguro.

No hay nada malo en tratar de evitar cosas que puedan representar un riesgo. Debes vivir tu vida como mejor te parezca. Pero cuando un departamento de salud pública distribuye pautas que hacen que parezca que algo podría ser un grave peligro para la salud, hay que dar la voz de alarma.
Imagen | Witches Falls Cotages

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Estudio de la NASA reproduce los orígenes de la vida en el fondo del océano

Estudio de la NASA reproduce los orígenes de la vida en el fondo del océano

Un grupo de investigadores de la NASA ha reproducido en el laboratorio cómo los ingredientes para la vida podrían haberse formado en lo profundo del océano hace 4 000 millones de años.

Los resultados del nuevo estudio ofrecen pistas sobre cómo comenzó la vida en la Tierra y en qué otro lugar del universo podemos encontrarla.

Respiraderos hidrotermales en laboratorio

La astrobióloga Laurie Barge y su equipo del Laboratorio de Propulsión a Chorro de la NASA en Pasadena, California, están trabajando para reconocer la vida en otros planetas estudiando los orígenes de la vida aquí en la Tierra. Su investigación se centra en cómo los bloques de construcción de la vida se forman en las fuentes hidrotermales del fondo del océano.

Para recrear los respiraderos hidrotermales en el laboratorio, el equipo hizo sus propios fondos marinos en miniatura al llenar vasos con mezclas que imitan el océano primordial de la Tierra. Estos océanos de laboratorio actúan como viveros de aminoácidos, compuestos orgánicos que son esenciales para la vida tal como la conocemos. Como los bloques de Lego, los aminoácidos se construyen unos sobre otros para formar proteínas, que forman a todos los seres vivos.

Hallados alrededor de las grietas del fondo marino, los respiraderos hidrotermales son lugares donde se forman chimeneas naturales, liberando el fluido calentado debajo de la corteza terrestre. Cuando estas chimeneas interactúan con el agua de mar que las rodea, crean un entorno en constante cambio, que es necesario para que la vida evolucione y cambie.

Este ambiente oscuro y cálido alimentado por energía química de la Tierra puede ser la clave de cómo podría formarse la vida en los mundos más alejados de nuestro sistema solar, lejos del calor del Sol.

La luna de Júpiter, Europa, y la luna de Saturno, Encelado, por ejemplo, podrían tener respiraderos hidrotermales en los océanos bajo sus cortezas heladas. Comprender cómo podría comenzar la vida en un océano sin luz solar ayudaría a los científicos a diseñar futuras misiones de exploración, así como experimentos que podrían excavar bajo el hielo para buscar evidencia de aminoácidos u otras moléculas biológicas.

Los exoplanetas (mundos más allá de nuestro alcance, pero aún dentro del ámbito de nuestros telescopios) pueden también tener firmas de vida en sus atmósferas que podrían revelarse en el futuro.

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Libros que nos inspiran: "El sentido del estilo", de Steven Pinker

Libros que nos inspiran:

En Xataka ciencia consumimos todo lo que produce Steven Pinker, profesor del Departamento de Psicología en la Universidad de Harvard, debido a sus lúcidas investigaciones a propósito de la cognición, las relaciones sociales, la psicolingüística y hasta, como es el caso, qué significar escribir bien, con estilo, y por qué las ideas de que la lengua está degenerando o que cada vez escribimos peor son solo ideas agoreras sin fundmento.

Bienvenidos a El sentido del estilo. La guía de escritura del pensador del siglo XXI.

Mitos románticos

Cuando empredemos la tarea de escribir un texto hay mil cosas que pueden salir mal. El texto puede resultar ampuloso, pobre o académico en exceso. Para evitar estos tics, Pinker nos explica las claves del estilo clásico, el estilo que considera la prosa como una ventana al mundo, sin artificios, sí, pero tampoco sin mordiente.

Un texto también puede ser críptico, abstruso, insondable, que Pinker identifica con un mal muy extendido entre los expertos o los eruditos: el mal del conocimiento, del que ya hemos hablado recientemente.

En un texto, la sintaxis también puede ser defectuosa, enrevesada, ambigua, y para evitarlo Pinker propone que tengamos en cuenta la estructura arbórea de las oraciones, y que usemos la puntuación no solo desde un punto de vista estrictamente ortográfico, sino también prosódico.

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Finalmente, todas las frases de un texto pueden ser lúcidas y estar perfectamnete construidas, pero la organización de la información que se vierte con ellas puede resultar entrecortada, deslavazada, dispersa, incoherente.

Para evitar esto último, Pinker propone dos cosas: leer mucho a quienes transmiten bien sus ideas, y practicar mucho, lo que implica, también, leer en voz alta lo que hemos escrito, tratar que otras personas lo hagan y nos den su parecer y hasta dejar reposar el texto unos días o semanas para retomarlo sin ningún vicio.

Pinker también aprovecha para demostrarnos que los puristas de la ortografía y el uso correcto de las palabras, lo que esgrimen el diccionario cuando usas una palabra que no está incluida en él o que tiene otra acepción distinta a la que reflejas, son en definitiva personas que se fijan en el dedo cuando se señala la Luna. Las cosas son como son porque evolucionan y cambian, y eso no se traduce en que se escriba mejor o peor, sino diferente.

Todas las normas y todas las palabras que ahora se consideran correctas, fueron incorrectas anteriormente. Así que "lo correcto" es solo algo temporal, y por tanto cambiante. De hecho, debe ser cambiante para que resulte eficaz y se adapte a la realidad coyuntural. Porque los diccionarios no son tan herramientas prescriptivas como descriptivas.

Todo eso y mucho más es lo que Pinker nos desgrana en El sentido del estilo. Un libro delicioso, bien escrito (claro), lleno de ejemplos reales, chanzas muy divertidas y, sobre todo, toneladas de sensibilidad. El único punto negativo es que, sobre todo hacia el final, hay muchos ejemplos en inglés (el idioma original del libro) que carecen de sentido en español, si bien en la traducción se han cuidado de incluir adendas y ejemplos en español para que el lector no quede totalmente desconectado del texto.

Como siempre, otro libro imprescindibile del polifacético y siempre brillante Pinker.

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Cuanto mejor se sabe una cosa, menos se recuerda lo difícil que fue aprenderla

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Uno de los mayores problemas que tienen los expertos en un tema a la hora de divulgar su trabajo a un público lego es que ya han olvidado todo lo que tuvieron que estudiar para alcanzar su estatus intelectual y cultural, y que el público general necesariamente entenderá cómo explica las cosas porque a él le parecen obvias.

Es la llamada maldición del conocimiento, y demuestra por qué resulta tan difícil comprender muchos escritos técnicos, como un artículo académico, un texto de una devolución de impuestos o las simples instrucciones para instalar wifi en casa.

La maldición del conocimiento

En un estudio sobre la maldición del conocimiento, se le entregó a una serie de voluntarios una lista de anagramas para que los resolvieran (y sabiendo que a algunos de los participantes se les han dado ciertas respuestas por anticipado). Los beneficiados entiendieron que los anagramas que son más fáciles para ellos (porque conocían las soluciones) también lo eran para todos los demás.

Lo mismo sucede cuando se le pregunta a un veterano de teléfono móvil cuánto tardaría en aprender a utilizar el teléfono un usuario novato: estiman que no más que 13 minutos, cuando, en realidad, tardaban 32 minutos.

Los usuarios menos expertos se acercaban un poco más a la hora de predecir las curvas de aprendizaje, pero también se equivocaban de mucho. Esto sucede por la maldición del conocimiento, como nos recuerda Steven Pinker en su libro El sentido del estilo:

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La maldición del conocimiento es la mejor solución que conozco para explicar por qué personas muy inteligentes escriben fatal. No es solo que el escritor tenga lectores que no saben lo que él sabe: es que no dominan la jerga de su gremio, no son capaces de adivinar los pasos omitidos (esos que al autor le parecen demasiado obvios como para citarlos) y no tienen modo de visualizar una escena que para el autor es tan clara como el agua.

Por supuesto, muchas de las personas que escriben de forma particularmente alambicada o difícil de entender lo hacen para que, formalmente, parezca que son mucho más profundos y sesudos de lo que son.

A esto precisamente se debe el éxito entre los intelectuales (mayormente de letras) de autores como Jacques Lacan, Julia Kristeva, Bruno Latour, Jean Baudrillard o Gilles Deleuze, entre otros. Escriben rarito y deliberadamente abstruso, y además, como ya demostraron los estudios del físico Alan Sokal, no tienen mucha idea de lo que dicen (básicamente porque, como son pocos los que entienden lo que dicen, pueden colar lo que quieran simplemente vistiéndolo con sus mejores galas).

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