Durante los primeros meses de vida, no tememos desafiar las leyes de la gravedad y ningún obstáculo nos impide escalar alturas nada despreciables. Con los años, nos volvemos más cautos, e incluso podemos llegar a manifestar acrofobia o miedo a las alturas. Esta evolución se debe al cambio en la propiocepción, es decir, la percepción visual que posee el individuo de su propio movimiento. Por ejemplo, cuando aprendemos a andar sentimos de manera diferente la posición de nuestras extremidades.
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